Volumen: I | #

VIII EXILIO CHILENO

Desde muy pronto después del golpe militar se comenzó a formar un vasto exilio chileno. Varios miles lograron refugiarse en las embajadas y poco a poco fueron abandonando el país, a medida que las autoridades uniformadas les daban el salvoconducto autorizando su salida. Estos compatriotas se dispersaron por el mundo, sufriendo un vuelco en sus vidas jamás imaginado por ellos. Casi todos, además, se aprontaron, al empezar esta aventura, a regresar relativamente pronto a su patria, apenas se acabara la dictadura, a la que le diagnosticaban una corta duración. Como sabemos, la ilusión de un retorno rápido, se fue desvaneciendo poco a poco, causando mucha frustración a quienes se habían aferrado a ella como a un dogma de fe. Hubo hasta suicidios por esta causa, sobre todo entre quienes llegaban a países donde ignoraban completamente el idioma y se deprimían en la mayor de las soledades. Recuerdo un encuentro casual, en una estación de ferrocarril, con un pastor protestante chileno que vivía en Holanda. Me contó casos concretos, vividos de cerca por él, realmente conmovedores. Todos habían sido bien recibidos y no habían sufrido pellejerías materiales. Pero estaban en suelo ajeno, en una cultura muy diferente y sofisticada. No la entendían. Tampoco querían hacerlo, pues suponían que esta prueba sería de breve duración. Al irse dando cuenta de que ese cálculo era un error, más de uno se quitó la vida.

En lo personal, salí de Chile, como ya indiqué antes, el 18 de agosto de 1973 hacia Alemania.

En la ruta pasé a visitar a mi hermano Enrique a Quito, donde vivía desde hacía unos años con su familia. Fui atendido no sólo por él, sino también –y muy obsequiosamente- por el embajador chileno, Rigoberto Díaz, que se las daba en ese momento de allendista acérrimo y que más tarde no tuvo problemas para representar y defender la dictadura, con entusiasmo y rigor.

Seguí hacia Caracas, donde vivían mis suegros. Estuve allí algunos días, visitándolos a ellos y, también, a algunos buenos amigos venezolanos. Gobernaba en ese momento Rafael Caldera, ante quien, en su segundo gobierno, presenté credenciales como embajador de Chile en septiembre de 1995.

Finalmente volé a Nueva York, para ver a Gabriel Valdés, mi ex jefe en la Cancillería chilena, con el que mantuve siempre una gran amistad y estrecho contacto. Me alojé en su casa y ahí nos enteramos juntos de que en Chile había renunciado a la Comandancia en Jefe del Ejército, el general Carlos Prats, y había sido designado reemplazante suyo Augusto Pinochet. Recuerdo que discutí con Valdés, porque él creyó que Allende manejaría de todas maneras la situación. Yo, en cambio, sin saber siquiera algo de Pinochet, le dije que consideraba a Prats como la pieza clave del gobierno, el muro de contención entre el Ejecutivo y los militares golpistas, y que ahora, con su partida, veía perdido a Allende, así fuese Pinochet leal a él en ese momento. Le conté lo vivido por mí en Chile y las informaciones que manejaba. Él, muy confiado en la capacidad de maniobra de Allende, en su proverbial “muñeca”, se mantuvo en la idea de que no habría golpe y que el Presidente lograría completar su período constitucional de seis años.

Por último, llegué a la meta y aterricé en Frankfurt dos semanas antes del golpe. Ahí tuve una primera experiencia en TV. El 9 de septiembre participé en un programa en que periodistas de distintas nacionalidades comentaban los acontecimientos de sus respectivos países. Me tocó decir un par de cosas preocupantes sobre Chile y, al llegar al final, el conductor me preguntó a boca de jarro si yo creía que los militares darían un golpe y sacarían a Allende del poder. Mi respuesta tajante fue: “Desgraciadamente, sí.” (“Leider, ja” en alemán.) Quedé ante alguna gente que me vio como bien informado. Terminaría viviendo en Alemania Federal hasta octubre de 1982, como ya lo expresé. Fueron años fecundos, sobre todo en lo familiar y en lo intelectual.

En el aspecto familiar, no sólo nacieron dos hijos más, lo que nos trajo inmensa alegría a todos, sino que nuestro grupo creció y adquirió contornos más precisos, formados por casi diez años de vida en familia en un país que no era totalmente nuestro (algo lo era, pues yo descendía de alemanes y Nina y yo había estudiado en el Colegio Alemán de Valparaíso). Vivimos como estudiantes, muy modestamente, cubriendo nuestras necesidades con gran esfuerzo. Pese a ello, logramos viajar por Europa utilizando los medios más baratos, como el camping, y compartir muchos momentos sumamente enriquecedores con nuestros hijos y amigos. Así conocimos Bulgaria, Yugoeslavia, Italia, Francia, España, Gran Bretaña, Holanda, Bélgica y Luxemburgo. Los recuerdos son, al respecto, muy gratos para todos los miembros de la familia que tuvieron estas vivencias. Nunca hemos olvidado lo vivido y aprendido en estos peregrinajes de descanso y, a la vez, de aprendizaje cultural y humano.

En el aspecto intelectual logré avanzar mucho, sobre todo en ponerme al día en temas que estaban sufriendo cambios, por causa de las grandes transformaciones históricas de esos años. Me di cuenta de fenómenos profundos acaecidos en la década de los 60, que sólo había percibido a través de las noticias periodísticas mientras estaba absorto en tareas de gobierno o, después, en la de dirigir la red continental de la Agencia Inter Press Service (IPS) como Director Latinoamericano. De un período de más de quince años de actividad política coyuntural, pasé ahora a una larga etapa de reflexión y maduración de casi diez años. Fue un retiro sano y fecundo.

El contacto con el exilio constituyó para nosotros una de las experiencias más enriquecedoras. Conocimos y nos hicimos amigos de muchas familias que, en el Chile anterior a la dictadura, habían estado lejos de nuestro mundo y de nuestras ideas. Sin conocernos habíamos sido adversarios enconados, hasta sentirnos casi enemigos los unos a los otros. Ahora tuvimos la oportunidad de romper estas barreras y experimentamos la grata vivencia de encontrarnos con gente de primera calidad humana y moral. Todo lo que quiso difundir la propaganda de Pinochet y de la derecha, que lo apoyó, quedó al desnudo, en su mentira y perversidad, a través de este contacto tan directo que tuvimos.

En estos años maduró también lo esencial de nuestro actuar posterior, incluyendo líneas estratégicas para reconquistar la democracia en Chile. Participé activamente en su formulación, sobre todo en lo que respecta al principio y al método de la no-violencia activa, lo que quedó documentado en numerosos papeles que escribí por esos años, y que culminó con mi libro “La no violencia activa. Camino para conquistar la democracia.” (Está íntegro en línea en la siguiente dirección: http://noviolencia-activa.blogspot.com) También estuve en encuentros y seminarios donde este tema se discutía.

Aparte de la vida en familia, cuatro actividades gruesas marcaron mi vida en esta etapa y coparon todo mi tiempo: primero, mis estudios sobre la Iglesia Católica latinoamericana y su relación con la violencia y la no-violencia activa, con miras a redactar una buena tesis de doctorado; segundo, la actividad docente que realicé en la Universidad de Heidelberg; tercero, la redacción del libro sobre Bernardo Leighton; y cuarto, mi incorporación al Instituto para el Nuevo Chile, INC, en calidad de co-director.

La primera actividad, el estudio de la Iglesia Católica latinoamericana, constituyó mi investigación como cientista político, en el marco de un doctorado. Constituyó un largo proceso, en que llegué a conocer bien a fondo la dimensión política de la Iglesia en América Latina. Me costó en todo caso encontrar un ángulo susceptible de traducirse en una tesis de doctorado de extensión normal. El tema era sencillamente demasiado extenso, virtualmente “oceánico”. Leí cantidades increíbles de material de todo tipo. Finalmente, encontré un derrotero, ayudado por las otras actividades de esta fase de mi vida.

La segunda actividad, traducida en la práctica de docencia en la Universidad de Heidelberg, contribuyó a enriquecer mi formación aún más. Dirigí, durante 18 semestres, un seminario sobre temas latinoamericanos. Este “paseo” me mantuvo en permanente contacto con una realidad que había conocido personalmente durante toda la década anterior, en que realicé 35 viajes por toda América Latina. También hice clases de traducción al castellano.

La tercera actividad, el libro sobre Leighton, narrada, como advertí en el capítulo anterior, en la obra misma, me llevó a descubrir el hilo conductor definitivo de mi trabajo de doctorado y, de paso, me permitió escribir más tarde mi segundo libro, esta vez sobre el tema de la no-violencia activa, y a darle un vuelco completo a mi primera investigación. Fue, en verdad, mi contacto con la persona de Bernardo Leighton, con su conducta y su modo de enfrentar la vida y la política, la circunstancia que produjo el vuelco necesario. Su desarrollo se produjo durante la etapa en que trabajé en el Instituto para el Nuevo Chile (INC) en Holanda. Tuve en esa época tiempo y tranquilidad suficientes para investigar, escribir y meditar desde ángulos más relacionados con la situación en Chile de lo que había podido hacer en Heidelberg. En un diario de vida, quizá demasiado denso, quedó registrado todo este proceso.

La cuarta actividad, mi incorporación al INC como co-director, me dio un trabajo estable por los diez años siguientes de mi vida. Se lo debo a Jorge Arrate y Carlos Parra, que tomaron la decisión de ofrecerme esta posibilidad, y a los holandeses, que financiaron el proyecto y me apoyaron siempre. Fue una actividad extremadamente enriquecedora y creativa, con aportes logrados colectivamente por consenso sobre nuevas perspectivas para la acción en el Chile post-dictatorial.

Mirado en su conjunto, el exilio chileno tuvo algunas peculiaridades importantes. Desde luego, no fue parejo el peso del mismo en todas partes. Se destacaron algunos grupos. En la izquierda, el Partido Comunista fue el más orgánico y poderoso. Contó, por cierto, con la solidaridad de todo el mundo socialista, pero destacando, particularmente, el apoyo de Moscú y Berlín Oriental en Europa y de La Habana en América Latina. Eso, en tiempos de guerra fría, equivalía a contar con una parte poderosa del planeta a su favor, prestando ayudas concretas de todo tipo. Los otros partidos de la UP dependieron en parte, igualmente, de este respaldo durante mucho tiempo, lo que quizás les restó autonomía en sus acciones en el exterior. Pero hubo contrapartidas, situadas en otros lugares. En Europa hubo dos polos importantes y varios más que también tuvieron presencia. Los más notorios terminaron siendo el grupo creado por Bernardo Leighton, Julio Silva Solar, José Antonio Viera-Gallo y Esteban Tomic en torno a CHILE-AMERICA, revista editada en Roma y que se publicó ininterrumpidamente durante diez años, y el grupo del INC, establecido en Holanda, en el que, como ya indiqué, participé activamente. En París también se hicieron actividades relevantes en torno a un Instituto que dirigió el padre Gonzalo Arroyo, S.J., y algo más tarde, en la España de Felipe González, se formaron igualmente algunos grupos significativos en Madrid y Barcelona. En América Latina sobresalió el grupo de Caracas, que lideró durante mucho tiempo Aniceto Rodríguez y que contó con la participación de personajes como Renán Fuentealba, Carlos Matus, Claudio Huepe, José Cademártori, Jaime Castillo, Sergio Bitar y muchos más.

En su contenido, el debate llevado a cabo fuera de Chile fue, probablemente, más rico y amplio que el realizado dentro del país. Tuvo, quizá, la desventaja de ser un poco académico y más frío que el interno, pero siempre se benefició del contacto directo con realidades más amplias que estaban a su alcance. En Europa, por ejemplo, el conocimiento directo del fenómeno que se conoció con el nombre de eurocomunismo, el estudio de la obra de Gramsci y la amistad trabada con grandes líderes socialdemócratas, fueron hechos que influyeron poderosamente en el proceso profundo de revisión que hicieron los socialistas chilenos y que derivó en la práctica en una nueva postura, alejada de lo que había sido la teoría y la praxis de los años 60 y comienzo de los 70. Viví muy de cerca el proceso evolutivo y el aporte que hizo Jorge Arrate al respecto. Se trató sin duda de un esfuerzo admirable, valiente y fecundo, pero a veces con dolores, como el parto de una criatura. En su profundo libro “La fuerza democrática de la idea socialista” plasmó este proceso con prosa brillante.

En Chile, entretanto, la dictadura se fue afianzando de a poco, sostenida en parte por sectores altos y medios de la población, pero también -¡muy importante!- por el decisivo apoyo de la fuerza. Poco a poco la oposición comprendió la magnitud de lo sucedido y se persuadió, por fin, de que la lucha por recuperar la democracia sería larga y compleja. Pinochet se erigió en el jefe del conjunto de las fuerzas en el poder, desplazando a sus pares a un papel importante, pero secundario. El caso más dramático fue el del General Leigh, de la Fuerza Aérea. No vaciló en sacarlo de la Junta Militar cuando llegó a la convicción de que su presencia le molestaba demasiado. La señal hacia los demás miembros del gobierno militar fue potente y bastó para asegurar su dominio político hasta 1990, cuando tuvo que entregar el mando de la nación por una decisión soberana del pueblo, tomada en el plebiscito del 5 de octubre de 1988.

El exilio chileno tuvo, en lo grueso, una duración de diez años. El retorno fue siendo autorizado desde 1983, a través de sendas listas. Me tocó vivir de cerca este fenómeno con los miembros del INC. Salvo los casos de Jorge Arrate, que fue el último autorizado para retornar, y de Jorge Tapia, que fue el penúltimo, los demás llegaron a trabajar a Chile poco tiempo después de mi propio regreso. Juntos instalamos el INC en Santiago, debidamente camuflado, claro está, y comenzamos a tomar iniciativas con miras al futuro chileno. Fueron de variada índole. Creo que la más trascendente fue la serie de cuatro Escuelas de Verano que hicimos en Mendoza. Ellas contribuyeron, como pocos eventos, entre los muchos que se hicieron, a crear la atmósfera humana del entendimiento que llevó a la postre a la Concertación. Entre todos los asistentes quedaron recuerdos imborrables. Dos ejemplos, entre innumerables que podría narrar, los proporcionan la viuda de Salvador Allende, la señora Hortensia Bussi, doña Techa, y el pintor Nemesio Antúnez. La primera asistió a la última Escuela que se hizo en Mendoza y quedó fascinada. Fue tanto su entusiasmo que llegó a decirme que si ella hubiese tenido una idea clara de cómo iban a ser estos encuentros no se habría perdido uno solo. Participó activamente y, al finalizar el evento, se fue contenta, animada con lo que había vivido. Nemesio Antúnez vivió una experiencia única que tampoco olvidó y que lo motivó a pintar el afiche de la Escuela del año siguiente. En una noche cálida de enero, ya tarde, en plena calle principal de Mendoza, un grupo alegre de participantes decidió jugar a que había democracia en Chile y organizó una parodia de elecciones presidenciales. El candidato triunfante fue Antúnez, quien, medio en serio, medio en broma, hizo un discurso que terminó emocionando a la concurrencia. Hizo como que gobernaba y nombró un gabinete ministerial. Por último, habló con la policía mendocina para pedirle excusas por la algarabía de los manifestantes, que había ido en aumento a medida que la parodia avanzaba y se convertía en una verdadera fiesta. El jefe policial lo tranquilizó diciéndole que él y los que lo acompañaban esa noche estaban encantados de lo que estaban viendo, que era sano lo que hacían y que siguieran adelante sin preocuparse. Este contraste con lo que se vivía en Chile en esos mismos días (de nuevo se había decretado estado de sitio) impresionó mucho a todos los que vivimos estos momentos.

Los casi diez años pasados en Europa estuvieron, en suma, marcados por varias realidades sobrepuestas. Predominó, creo, el estudio, la reflexión, el diálogo, la búsqueda. Pero también se consolidó la familia, que además creció, en una atmósfera de amor y libertad, mientras convivíamos con chilenos exiliados que nos mostraban otros horizontes de un modo sereno y fuera de toda confrontación. Pienso hoy que fue una experiencia irrepetible, a lo menos para toda nuestra generación.

El grupo de Heidelberg, por su parte, tuvo el privilegio de recibir una considerable cantidad de visitas ilustres. En efecto, Radomiro Tomic, Gabriel Valdés, Claudio Huepe, José Miguel Insulza, Andrés Zaldivar, Jaime Castillo, Manuel Sanhueza, Gustavo Lagos, Monseñor Carlos Oviedo, Jorge Arrate, entre otros, llegaron a vernos y a dialogar con todos sobre lo que sucedía en Chile. Algunos de ellos estuvieron más de una vez. Otros, como Eduardo Frei Montalva, Patricio Aylwin, Rafael Moreno y Bernardo Leighton, estuvieron al alcance nuestro viajando a Bonn o, también, a Italia en el caso de este último. Un momento inolvidable en su dramatismo fue la noticia del atentado en contra suya y de su esposa. El sentimiento de impotencia e indignación ante el hecho consumado, a la vez que el alivio experimentado cuando vimos que no sólo habían salvado milagrosamente con vida del atentado, sino que se recuperaban de a poco, nos movió a buscar un momento para ir a verlos a Italia. Con Ricardo Hormazábal, que vivía en Bonn hicimos el viaje en su auto, un escarabajo de la Volkswagen, que él había bautizado como “el dragón”. Fue emocionante ver a los Leighton enfrentando las secuelas de la agresión, con una gran paz interior. En aquella ocasión estuvimos también con Patricio Aylwin, que estaba muy conmovido con lo sucedido. Él era en ese momento el Presidente de la DC, había tenido fuertes diferencias políticas con Leighton, pero ahora solidarizaba y acompañaba a su camarada y a su esposa en el difícil momento que enfrentaban. Noble gesto, que los esposos, todavía visiblemente afectados físicamente por el intento de asesinarlos, agradecieron efusivamente.

He omitido muchos detalles. Algunos de ellos aparecerán en capítulos posteriores.